18 febrero, 2008

¿CUENTOS DE NADAS?

Érase una vez un jueves noche. Érase otra ciudad llena de fiesta. Y puestos a serse, érase una manada de princesas con bajo el tanga, recién y muy salidas de sus torreones de 30 metros, custodiados de lunes a viernes por dragones llamados Casa y Curro.

Decenas de miles de lobos feroces recorrían los bosques encantados de conocerse, y dispuestos a liberar el pulgarcito que llevaban dentro, mientras tres cerditos se quedaban en casas de papel higiénico esperando la hora mágica en la que la tele se transformaba en un "peep show".

Eran tiempos convulsos. Las brujas malas iban de hadas madrinas, lo peores flautistas se hacían residentes, los ogros más idiotas custodiaban cualquier cosa parecida a un garito, y las manzanas envenenadoas tenían forma de vaso de tubo y consecuencias de garrafón. El azul príncipe desteñía a un morado intruso con la luz del amanecer, y los zapatos de cristal estaban ya disponibles para culaquier talla, sexo y condición.

Todo empezaba a ser mucho menos colorín y mucho más colorado. Ellas juraban que sólo salían para divertirse. Ellos jurarían lo que hiciese falta para no acabar divirtiéndose solos.

Así las cosas, no nos debe extrañar nada que las más bellas fuesen durmientes, que hubiese caperuzas de todos tamaños, colores y sabores, y que las nieves no fuesen las únicas blancas ni las únicas nieves.

Ya nadie quería comer perdices. Tú sabes la de grasa que lleva eso. Mejor una barrita a media mañana y una ensalada para cenar. Que luego había que enfundarse el traje nuevo del Emporio Armani, Dolce Gabbana, o Chanel de turno, modernos Merlines al servicio de los mejores cisnes de quita y pon.

Mientras Hansel denunciaba a Gretel por no compartir la rentable exclusiva de su incesto, el rey abdicaba noche sí, noche también en todo aquél que supiese pronunciar un ábrete sésamo, un estoy en la lista o un tengo copas gratis.

Había que aprovechar. Había que hacerlo. Al cabo de pocas horas lo jefes volverían a croar desde sus apestosas charcas. Ese mismo viernes despertaríamos los demás y nos convertiríamos en ratas, ratones y calabazas. Volveríamos a ser dignos de nadie, con nuestras vidas de nada y nuestros sueños de nunca jamás.


Algunos, sólo algunos, lograrían algún mail falso, los menos un teléfono borroso y los más afortunados un zapato de cristal de la marca "no te enamores de mi".

1 comentario:

... dijo...

Noches para siempre y sueños de carton. Queda la nada en nuestra mente y llena la cama de soledad.

Si es tuyo me encanta y si no me gusta igual.